Carta encontrada de forma casual, por un niño, mientras jugaba entre unos hierros tirados en un descampado urbano, antes de caer, hacerse una herida en la rodilla que le impidió abrir el sobre, y marcharse corriendo abandonando la carta. Esta a su vez fue encontrada por un agente de apoyo, que la remitió a uno de los apartados de correo secretos, de nuestra agencia.
Estimado hermano, hace tiempo que nada sabemos de ti en el monasterio. Todos recordamos tus amables visitas. Solías venir de forma intermitente. A veces, una vez cada trimestre, otras, las más de las veces, cada quince días. Incluso en algunas ocasiones, te dejabas caer entre nosotros un par de veces por semana. Aquí, todos recordamos las extensas conversaciones que manteníamos a media tarde, junto al pequeño claustro de nuestra santa casa, donde acostumbrabas a ilustrarnos con tu extensa sabiduría y, especialmente, donde nos reconfortabas espiritualmente. Todo, por culpa, de esa forma tan especial e indescriptible que tenías de narrar y de hablar casi en silencio, y que espero sigas teniendo, allá donde tus elocuentes y complejas diatribas hayan decidido acabar. Afortunadas las personas que ahora puedan gozar de tu mirada amplia, que todo lo alcanza y tu verbo creativo y, sobre todo, profundamente respetuoso con el mundo y todos los seres vivos, para nosotros, hijos de Dios, para ti, simplemente seres espirituales.
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